Por una vez llego temprano. Tanto, de hecho, que casi adelanto al sol. Cuando cruzo la barrera del Observatorio del Roque de los Muchachos no ha calentado apenas el envés de los riscos de La Caldera. Me ha costado una hora larga llegar hasta aquí, que camiones mediante podrían llegar a ser dos.
El grupo comienza a formarse en goteos de coches. Primero una pareja de alemanes. Luego un grupo más cantarín y meridional. “Estos son los únicos servicios públicos que encontrarán en 30 kilómetros a la redonda”, sentencia el guía. Y allá que acuden en tromba. Es la llamada de la selva.